En un viaje reciente a Costa de Marfil para reuniones de liderazgo con nuestro equipo de África occidental y central, nuestro vuelo de París a Abiyán se retrasó un par de horas. Como el arribo ya estaba programado para una hora antes de la medianoche, la demora significaría que el conductor que nos recogería en el aeropuerto tendría una muy larga noche.
Como si esto fuera poco, el ganar tiempo (esto pasa a menudo con muchos vuelos retrasados) en nuestra escala en Uagadugú, la capital de Burkina Faso, se convirtió en un desastre. No podían localizar a un pasajero que abordó el avión en París, que se dirigía también a Abiyán. Esto causó ansiedad entre la tripulación y pospuso aún más nuestra llegada a Abiyán. Esta nueva situación nos tenía bastante preocupados, y nos preguntábamos si nuestro conductor, a quien no conocíamos, todavía estaría en el aeropuerto cuando llegáramos a altas horas de la madrugada.
Afortunadamente, nuestra historia tiene un final feliz. Estamos convencidos de que fue así porque alguien le en- señó grandes valores a Charles, nuestro conductor. Ese día fuimos testigos de su gran integridad, honor, y una increíble ética de trabajo.
Charles estaba en el aeropuerto para encontrarse con nosotros en torno a la mitad de la tarde. Hombre con una disposición muy amable y agradable, nos condujo a salvo a nuestro alojamiento a las tres de la mañana. No nos cabe ninguna duda de que el carácter de Charles se construyó sobre los cimientos que le brindaron sus padres o tutores, y su propio compromiso de ser obediente a los valores que aprendió de niño.
En San Mateo 7:24 al 27, Jesús pronunció lo siguiente en su Sermón del Monte:
“Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron los vientos y azotaron aquella casa. Esta se derrumbó, y grande fue su ruina”.
Estas palabras concluyen el discurso de Jesús sobre la ética del Reino de Dios y sus expectativas para aquellos que serían sus seguidores, y todos los que elegirían vivir una vida recta basada en valores eternos.
Lo cierto es que en la actualidad todavía existe el mismo peligro. Muchos dan por sentado que son buenas personas, incluso buenos cristianos, porque respaldan ciertas creencias espirituales. Pero no han integrado a su vida diaria los valores hallados en las enseñanzas de Jesús. Y, debido a que no han creído realmente en estos principios fundamentales para vivir una vida basada en la buena moral, no han recibido el poder y la gracia que les otorga el compromiso de hacer lo que Dios les pide para llevar una vida de mayor felicidad.
Lo curioso es que la vida familiar y la vida cristiana no son muy diferentes cuando se las observa desde una posición estratégica similar. Saber lo que Dios espera y hacer lo que Dios requiere son dos realidades totalmente diferentes.
En la esencia del Sermón del Monte, el carácter sagrado del matrimonio es muy importante. En San Mateo 5:27 y 28, Jesús declara: “Ustedes han oído que se dijo: ‘No cometas adulterio’. Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón”. Jesús explica, además, la intención de este pasaje en el versículo 32, al afirmar: “Pero yo les digo que, excepto en caso de inmoralidad sexual, todo el que se divorcia de su esposa la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio también”.
Al referirse a la clave de todo matrimonio saludable, San Pablo declara, bajo inspiración divina, en 1 Corintios 13:1 al 8: “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso.
“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
“El amor jamás se extingue”.
Muchos, hoy, olvidan que Dios estableció el matrimonio al comienzo de la historia de la humanidad como una institución divina de suma importancia, cuando declaró en Génesis 2:18: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. Unos versículos después, Dios declaró: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser” (vers. 24).
Y, para que nadie sugiera que esta es una noción del Anti- guo Testamento que ya no se aplica a nosotros hoy, el Nuevo Testamento repite este texto tres veces más, en Mateo 19:5, Marcos 10:7 y 8, y Efesios 5:31, para aclarar la intención de Dios sobre el matrimonio como la relación más cercana e íntima que los seres humanos deberían tener.
Estos pasajes bíblicos están llenos de requisitos irrefutables, incluida la realidad de que el esposo y la esposa están en singular, no en plural. El mandato bíblico afirma que el objetivo del matrimonio era que se celebrara entre un hombre y una mujer, cuando dice en 1 Corintios 7:2: “Pero, en vista de tanta inmoralidad, cada hombre debe tener su propia esposa, y cada mujer su propio esposo”. Todo lo que se aparte en mayor o menor medida de esto es de origen humano, y no respalda el modelo establecido por Dios en el Edén. Sin duda, es difícil pasar por alto el detalle de que la intención de Dios era que el matrimonio fuera para siempre.
Indudablemente, Dios creó el matrimonio y la familia para que fuesen una bendición y una alegría para los seres humanos. La unidad mencionada en Génesis 2:24 estaba destinada a contrarrestar la soledad percibida por el hombre en Génesis 2:18 y 20. Esta unidad debía ser algo bueno. Sin embargo, la maldad intenta destruir todo lo que Dios creó para nuestro bien. Esta maldad, alimentada por Satanás, parece estar teniendo éxito con la ayuda de muchos esposos y esposas que han olvidado por completo el objetivo de Dios para el matrimonio.
Al considerar los sólidos principios de moralidad y decencia que se evidencian en la sabiduría de la literatura bíblica, debes preguntarte si estás construyendo tu matrimonio y tu familia sobre la roca o sobre la arena. Si hablas mucho y haces poco, ¿no será que te estás engañando, y te estás perdiendo la alegría, la paz y las bendiciones que Dios desea que experimentes en tu matrimonio y en tu vida familiar?
»Muchos hoy olvidan que dios estableció el matrimonio al comienzo de la historia de la humanidad como una institución divina de suma importancia.»
Si bien tendemos a olvidar que el plan de Dios es perfecto y que fue creado teniendo en cuenta nuestro bienestar, es importante que decidamos acudir a él a fin de aprender de él y recibir su poder para vivir sus planes para nuestra vida. Porque cada crisis en el matrimonio y la familia es una crisis espiritual que solo puede resolverse mediante el poder de Dios. Cuando pones en práctica las enseñanzas que él dejó para que las sigas, estás construyendo tu matrimonio y tus relaciones familiares sobre una base sólida, en lugar de hacerlo sobre la arena. También sabemos que cada crisis en el matrimonio y la familia es una oportunidad de crecimiento, y hoy es tu oportunidad de crecer.
Para tener un matrimonio espléndido y una familia sensacional, es importante tener una excelente comunicación en las relaciones. Con frecuencia, desaprovechamos la oportunidad de tener grandes relaciones debido a los hábitos que hemos desarrollado en nuestra familia de origen.
Nos exculpamos moralmente diciendo: “Yo soy así, ámame o déjame. Soy una buena persona. Trabajé como voluntario para alimentar a gente sin techo y contribuí con muchas obras de caridad”. Ese es un ejemplo de una vida construida sobre la arena.
En el Sermón del Monte, no obstante, Jesús demostró lo que implica construir sobre la roca: “Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca” (S. Mateo 7:24). Por lo tanto, si tu matrimonio y tus relaciones familiares no andan muy bien, ¿qué puedes cambiar de tu comportamiento actual, a fin de que puedas ser una bendición para tu cónyuge y tu familia? Si crees que es muy difícil cambiar, recuerda que con Dios todo es posible y que él te ayudará si deseas mejorar en tus relaciones.
Construir tu matrimonio y tus relaciones familiares sobre la roca significa poner en práctica las enseñanzas éticas de Jesucristo, en lugar de construir tus relaciones familiares sobre la arena de tus propias opiniones o las opiniones que ofrece la moral laxa de nuestra época.
Este es un artículo del libro: Esperanza para la Familia «El camino para un final feliz» al cual puedes acceder por completo a través del link.