Generalmente, repetimos el formato de educación que recibimos de nuestros padres, y estos el de los suyos… creando un círculo vicioso. Sin embargo, eso puede ser modificado, dependiendo de tus convicciones. Tú puedes escribir una nueva historia con tu familia. Mi madre hizo eso.
“El principio inculcado por la orden de ser ‘sinceramente afectos los unos hacia los otros’, viene a ser el fundamento mismo de la felicidad doméstica. En toda familia debiera reinar la cortesía cristiana. No cuesta mucho, pero tiene poder para suavizar naturalezas que sin ella se endurecerían y se llenarían de asperezas. Una actitud que cultive una cortesía uniforme y la disposición a obrar con los demás como quisiéramos que ellos obrasen con nosotros desterraría la mitad de los males de la vida” (Elena de White, El hogar cristiano [Buenos Aires: ACES, 2013], p. 364).
Ese principio, que debe ser enseñado por los padres en términos simples, es: educarlos para que sean amorosos, para dar y para pedir abrazos. Pedir cariño y ser capaz de darlo abundantemente. Ese es un principio que se debe enseñar y trabajar con paciencia, día tras día. ¡Es el fundamento de la felicidad en el hogar!
Nunca escuché a nadie que enseñara la psicología del ser amoroso. Tal vez porque parece demasiado simple y, por lo tanto, parece que no tiene una estructura científica. Elena de White termina la cita diciendo que los que practican amor, buen trato y cortesía pueden “desterrar la mitad de los males de la vida”; es decir, el resultado de obrar así es la mitad de la vida solucionada.
Otra tremenda cita:
“Estimulen la expresión del amor hacia Dios y de unos hacia otros. La razón por la cual hay tantos hombres y mujeres de corazón duro en el mundo es porque el verdadero afecto ha sido considerado como debilidad, y ha sido desalentado y reprimido. La mejor naturaleza de estas personas fue ahogada en la infancia; y a menos que la luz del amor divino derrita su frío egoísmo, su felicidad quedará arruinada para siempre. Si queremos que nuestros hijos posean el tierno espíritu de Jesús y la simpatía que los ángeles manifiestan por nosotros, debemos estimular los impulsos generosos y amantes de la infancia” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, [Buenos Aires: ACES, 2008] p. 475).
Educación emocional (amar)
¡Elena de White nos habla al respecto de la educación emocional! Un concepto “nuevo”, acuñado en el 2011 por el francés Claude Steiner, doctor en Psicología clínica y autor del libro Educación Emocional. El desarrollo de investigaciones en el campo de las emociones ocurre hace más de 40 años. Mucho antes de que Elena de White dijera algo, Jesús, más de dos mil años atrás, enseñó el gran mandamiento del amor. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente […]. Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37-39). ¡No hay otra opción!
La mayor responsabilidad que tenemos hoy como padres es la de enseñarles a nuestros hijos a amar, a identificar sus emociones y a buscar la mejor manera de controlarlas.
¿Qué? ¿Solamente amar? ¿Y qué pasa con la obediencia, el respeto, el orden, la limpieza, los valores, etc.? Sí, simplemente amar; porque esa es la base de nuestra formación académica emocional. Dios, que todo lo sabe, nos ordena amar; no podemos ni debemos cuestionarlo. Definitivamente, ¡enséñenles a amar!
Me siento algo orgullosa por saber que la educación emocional siempre estuvo en el currículum de la universidad de Dios.
A continuación, Steiner, el padre de la educación emocional en la Tierra, nos presenta cinco reglas para desarrollarla en nuestros hijos y en nosotros.
Conocer tus sentimientos
¿Conoces tus verdaderos sentimientos? Muchas personas no son capaces de definir los sentimientos de amor, vergüenza o de orgullo, ni de explicar por qué son desencadenados. Esas mismas personas no son capaces de definir la intensidad de esas emociones, ni siquiera cuando se les solicita que las evalúen en una simple escala que vaya de leve a fuerte o aplastante. Si tú no puedes evaluar la intensidad de tus propios sentimientos, no podrás explicar cuánto te afectan a ti ni a los que te rodean.
Tener un sincero sentimiento de empatía
¿Reconoces los sentimientos de las demás personas? ¿Comprendes por qué motivos ellas se sienten de determinada manera? Esa es la capacidad de “sentir con los demás”; de sentir las emociones ajenas como si fuesen las propias. La mayoría de las personas solo tiene una idea muy superficial de lo que los demás están sintiendo.
Aprender a lidiar con nuestras emociones
¿Consigues controlar tus emociones? Conocer nuestras emociones y las de los demás no es suficiente para ser emocionalmente culto. Necesitamos saber cuándo y cómo la expresión de las emociones, o su ausencia, afectan a los otros. Necesitamos aprender cómo afirmar nuestros sentimientos positivos, como por ejemplo la esperanza, la alegría o el amor. Y también necesitamos saber cómo expresar de manera productiva nuestras emociones negativas, como la ira, el temor o la tristeza; o cuándo debemos postergar su expresión para una mejor ocasión.
Reparar el daño emocional
¿Sabes cuándo y cómo pedir perdón y arreglar una situación? Todos somos humanos, y todos cometemos errores emocionales que hieren a los demás; pero simplemente no hacemos nada para remediarlos y preferimos “esconderlos debajo de la alfombra”. Debemos aprender a reconocer que actuamos mal y a corregirnos. Para eso, debemos responsabilizarnos, pedir perdón y solucionar la situación que hayamos generado.
Combinar todo
Por último, si aprendes las habilidades suficientes, podrás desarrollar una habilidad que personalmente llamo “interactividad emocional”. Eso significa que puedes sintonizar con los sentimientos de las personas que te rodean y sentir su estado emocional para, de esa manera, relacionarte con ellas de una manera eficaz.