“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones” (Sal. 51:1).
Cuando reflexiono en la Biblia y en los seres humanos que ella me presenta,alabo el nombre de Dios porque no veo en ella a Super Hombres, veo en ella a seres humanos como tú y yo; con virtudes y múltiples defectos. Los personajes bíblicos fueron hombres y mujeres reales, con luchas, con defectos, con pecados acariciados como lo somos tú y yo. Hoy nos queremos concentrar en algunas experiencias del rey David. A él se lo conoce como “el hombre conforme al corazón de Dios”. ¿Cómo es el corazón de Dios? La Biblia describe a Dios como la expresión máxima del amor; no solo
como algo que él manifiesta, sino como el rasgo distintivo de su ser. A partir de allí, adjetivos como misericordioso, justo, paciente y tantos más simplemente no bastan para describir a Dios. Si un hombre es descrito como quien vive en conformidad al corazón de Dios, tenderíamos a pensar que debe referirse a alguien perfecto en todo sentido. ¿O no? No es necesario conocer detalladamente la vida de David para saber que él no fue perfecto. Cometió errores y negligencias como cualquiera. Entonces, ¿por qué se dice que fue un “hombre conforme al corazón de Dios”?
Debemos ir a la porción de la Escritura que acuña esta expresión. En 1 Samuel 13 ocurre la expresión “un varón conforme a su corazón” (vers. 14). Ese era el tipo de hombre que Dios buscaría para reemplazar a Saúl como rey. ¿Por qué Dios haría aquello? Saúl y su ejército estaban preparados para ir a la batalla contra los filisteos. El profeta Samuel había convenido con Saúl que llegaría en siete días para ofrecer un holocausto antes de la batalla. Sin embargo, Saúl consideró que Samuel se tardaba; además veía que muchos de su ejército se inquietaban y varios lo abandonaban.
No soportando más la situación, se tomó una atribución que no le correspondía: ofreció el holocausto y, por lo tanto, desobedeció a Dios. Al ser rey, creyó que estaba por sobre lo que Dios había establecido; no se humilló ni esperó los tiempos divinos. Al pensar que era el único camino para librar una batalla exitosa frente a sus enemigos, hizo lo que solo los sacerdotes debían realizar. Momentos después, llegó Samuel. ¡Si tan solo hubiese esperado y confiando en Dios, no cayendo en desesperación! En su desobediencia, no actuó conforme al corazón de Dios, y Jehová se proveería de uno que guardara y respetara los preceptos divinos. Ser alguien conforme al corazón de Dios, a la luz de este episodio, no indica perfección. Más bien enfatiza la disposición a reconocer y a humillarse delante de la voluntad de Dios. Esto es fundamental si deseamos que Dios nos libre, tanto de nuestras luchas diarias, como de este mundo calamitoso y enfermo por el pecado. David había aprendido tempranamente a confiar en Dios. Antes de ser ungido rey, cuando era un simple pastor de ovejas, él ya había sido testigo del poder de Dios. Ya fuera con leones u osos (cf. 1 Sam. 17:36, 37), Jehová lo había librado, y sabía que confiando en él se ganaban todas las batallas. Esta confianza plena en Dios preparó a David para hallar redención frente a sus mayores errores y pecados. El más conocido de todos fue el que involucró a la esposa de Urías heteo: Betsabé. Conocemos la historia: “Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén. Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron:
Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella” (2 Sam. 11:1–4). ¿Qué hace un hombre conforme al corazón de Dios cometiendo este pecado? ¿Qué hace un hombre tal enviando a su muerte al esposo de la mujer para poder ocultar su pecado? Un hombre conforme al corazón de Dios no es perfecto… ¡¿Qué es entonces?!
Ya responderemos. Leamos como Dios sale a su encuentro por medio de su profeta, Natán. “Jehová envió a Natán a David; y viniendo a él, le dijo: “Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. Y vino uno de camino al hombre rico; y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venidoa él. Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia. Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre” (2 Sam. 12:1–7).
Vuelve la pregunta: Un hombre conforme al corazón de Dios no es perfecto ¡¿Qué es entonces?! Luego de ser confrontado con la verdad, con los altos preceptos de Dios, David nos muestra qué es un hombre conforme al corazón de Dios: “Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová” (vers. 13a). El hombre conforme al corazón de Dios no inventa excusas; no se cree por sobre lo que Dios
ha establecido como bueno o malo; tampoco huye de Dios en un intento de calmar su conciencia. Alguien conforme al corazón de Dios reconoce y confía en el perdón divino. “Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” (vers. 13b). David halló redención en un camino muy diferente al que eligió Saúl. En vez de “ofrecer su propio sacrificio”, entendió que debía estar enteramente en las manos de la misericordia y el perdón de Dios. ¿Qué es ofrecer nuestro propio sacrificio, como lo hizo Saúl? Básicamente, es suponer que cualquier bienestar, presente o futuro, depende de mí; de mis acciones, de mis decisiones, de mi conducta… de mis logros, de lo que creo merecer. Como lo explicó Saúl: “Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto” (1 Sam. 13:12).
Cuando pensamos en los errores que hemos cometido, y miramos al mundo tal como está, nos entra una “desesperación” por hacer algo que nos tranquilice, que nos ayude a creer que “todo saldrá bien”. Pero nuestros esfuerzos logran tan poco. La autora cristiana, Ellen White, señala: “El carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecuten, sino por la tendencia de las palabras y de los actos habituales en la vida diaria” (El camino a Cristo, p. 58). ¿Cuantas “buenas obras” borran una “mala obra”? ¿Cuánto tiempo podría transcurrir sin que podamos borrar si quiera un segundo de nuestro pasado? En realidad, solo una vida que se oriente hacia la paz y el perdón que Dios ofrece puede hallar bienestar.
Cuando se nos habla de la cruz, nos impresiona o emociona, ¿pero transforma la manera en que buscamos bienestar? Dios no envió a su Hijo a morir por personas perfectas y buenas. En palabras del Apóstol Pablo, “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Tim. 1:15). Un hombre o una mujer conforme al corazón de Dios no teme reconocer su pecado. Admite que se ha apartado de los ideales que Dios tenía para su vida, pero está dispuesto o dispuesta a no ofrecer nada que reemplace el sacrificio de Jesús en su lugar. Tal como lo expresó David, al recordar ese episodio y al reconocer el enorme amor de Dios por él: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu
mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Sal. 32:1–5).
¿Cuál quieres que sea la tendencia de tu vida? ¿Ofreciendo “tu sacrificio”, una mezcla de buenas y malas obras que solo te frustran? ¿O deseas enfocar tu vida en el perdón que Dios ofrece, y en el poder transformador de su gracia? Probablemente en esta hora le esté predicando a alguien que ha caído, que de alguna forma u otra a deshonrado a Dios, se ha deshonrado a sí mismo, ha deshonrado a su familia pero que siente el llamado de Dios a vivir en integridad, a vivir de una manera justa, sobria y piadosa; y quiere en esta hora darle una oportunidad a su Creador, desea en esta hora recibir su perdón y vivir para él, si tu sientes este llamado entonces decide por Jesús, reconoce tus pecados y recibe su maravilloso perdón. Puedo orar por ti, puedo pedirte que te coloques de pie para elevar esta oración de gratitud al Cielo. Amigo y amiga, hoy es el día de salvacion (2 Cor. 6:2).