Somos invitados para hablarles a las familias de la iglesia sobre cómo se pueden involucrar y comprometer en el cumplimiento de la misión. Hacemos esto para ayudar a otras familias a conocer a Jesús. Y siempre me gusta iniciar esas charlas con un hecho muy sutil que debe ocurrir previamente para que la familia se transforme en una célula misionera. “[Jesús] veía en ellos promisorios súbditos para su reino” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes [Buenos Aires; ACES, 2008], p. 220). Este es el secreto: ver a las personas y sus necesidades de salvación. Verlas, ¡es exactamente eso!
Porque no es algo natural andar por ahí y notar a las personas y sus necesidades y, mucho menos, preocuparse por ellas de manera espontánea para ayudarlas. Antes, la tendencia es la de ocuparnos por nuestro propio bienestar y nada más. La gran pregunta es: ¿Cómo desarrollar en los miembros de nuestras familias esa mirada que percibe la necesidad del otro? ¿Cómo generar ese tierno interés por los que aún no tienen al Salvador en su vida y sufren por ese motivo?
Esas preguntas exigen más complejidad en la cultura en la que nos movemos, en la que todo gira en torno a la promoción del éxito personal. Vivimos en un mundo egoísta, donde cada uno está cerrado en su propia burbuja e, incluso siendo cristianos, ese comportamiento, de alguna manera, nos alcanza.
En el libro La educación, Elena de White declara que “Cristo ligaba a los hombres a su corazón con lazos de amor y devoción, y con los mismos lazos los ligaba a sus semejantes. Con él, el amor era vida y la vida servicio” ([Buenos Aires; ACES, 2009], p. 80). Esta es la clave: Jesús. Cuando nuestro corazón está unido con el de él, su amor nos lleva al servicio. Por este motivo, a continuación te presentamos algunas sugerencias que pueden practicar en familia para desarrollar esa visión compasiva, tierna y atenta por el bienestar y la salvación de aquellos que todavía no lo conocen.
Incentiven a sus hijos a que observen a sus compañeros de la escuela, del colegio o de la universidad, para que vean si hay alguien a quien ellos pueden ayudar.
Aunque fueran todavía muy pequeños, ellos pueden invitar a jugar a un compañero que está solo o compartir la merienda con un estudiante que haya sido «olvidado». Los niños mayores pueden asumir papeles más comprometidos, apoyando a otros alumnos con sus tareas escolares o quedándose al lado de ellos si están tristes o desanimados y, eventualmente, invitarlos a que vayan a su casa a pasar tiempo con su familia. Lo importante es mirar alrededor y notar las necesidades de los otros, para después realizar las acciones que las vayan a suplir.
Cuando salgan juntos, especialmente si es un paseo recreativo o vacaciones, oren en familia antes de salir pidiéndole a Dios que les muestre a alguien a quien ayudar. La oración podría ser así: “Señor, ¡tú eres tan bueno! Danos la alegría de irnos juntos en estas vacaciones, en este paseo. Ayúdanos a encontrar a alguien que necesite de ti a fin de que podamos conducirlo hasta tu presencia”. Lleven materiales para entregar; como familia, estén atentos y listos para asombrarse con las sorpresas que Dios ya les ha preparado.
En algunos momentos, inviten a otra familia, a un compañero de trabajo o de la clase de sus hijos, que no conozca a Jesús, para que participe del culto familiar. Este momento de meditación en familia ejerce un profundo impacto en los invitados que participan del mismo. Los anfitriones pueden cantar alguna de las canciones que generalmente cantan en los cultos. Después de la historia bíblica, es interesante orar especialmente por las necesidades que tengan las visitas. De esta manera, el culto familiar tendrá, además de todas las bendiciones que de por sí este ofrece, una destacada proyección misionera.
Ensayen la oración intercesora en familia.
Es altamente positivo que los hijos y los padres presenten todas sus necesidades delante de Dios, pero la vida de oración de la familia misionera va más allá. Presenten los nombres en la mesa de diálogo con el Padre celestial e intercedan por ellos. Rueguen por la salvación de los amigos, clamen por la liberación de los jóvenes, supliquen por los hogares en crisis y, sin lugar a dudas, Dios se manifestará y obrará sus maravillas a la vista de todos.
Aprovechen los cumpleaños como eventos misioneros.
Desde bien pequeños, los niños pueden comprender que el día del cumpleaños es una oportunidad especial para agradecerle a Dios por el don de la vida, y que no hay mejor manera de alabarlo que hacer que otros lo conozcan. Enséñales a tus hijos a que aprovechen ese día del cumpleaños como pretexto para hablarles de Jesús a sus amigos. Para esto es básico que, entre los invitados a la fiesta, haya amigos que todavía no lo conocen. Celebren un culto de grati12 FAMILIA ESPERANZA Gabriel Boleas es teólogo y director del departamento de Educación y Familia de la Unión Argentina. Claudia Chicahuala de Boleas es redactora en Argentina. tud, de acuerdo con la edad. En el momento de la oración, den la oportunidad para que los amigos también puedan presentar sus pedidos y sus motivos de agradecimiento. Sin lugar a dudas, ¡ellos serán impactados por esta experiencia! Como recuerdo, podrían entregar libros con historias bíblicas o algún otro material de este tipo. Que los miembros de la familia entiendan que cada detalle del “proyecto cumpleaños” está relacionado a cómo hablar de Jesús, porque es un evento que arroja ¡excelentes resultados!
Sean una familia hospitalaria.
Mantengan las puertas de su casa abiertas para las personas humildes, para los solitarios y los afligidos; y también para quienes se están acercando a la iglesia. Preparen alimentos simples, agradables. Así, pueden invitarlos para el almuerzo del sábado, por ejemplo. Habitualmente, tenemos la tendencia a reunirnos con los amigos y satisfacer el deseo de nuestros hijos de estar con sus amigos, y no hay nada de malo en eso. Pero podemos trabajar con la idea de que somos una familia especial, una familia que Dios eligió para representarlo a él y a su amor en el barrio en el que nos toca vivir, en la escuela en la que estudiamos, y en la ciudad y en la iglesia también. Como dignos representantes del Cielo, no vamos a pensar primero en nuestros gustos, sino que destinaremos tiempo y oportunidades para crear momentos especiales para los que necesitan del amor de Jesús en sus vidas.
Las familias cuyos miembros cultivan actitudes y realizan estas y otras actividades parecidas crean entre sí vínculos más fuertes. Esas familias se ven a sí mismas como una especie de “brigada”, como un equipo, y desarrollan una complicidad que mantiene unidos a todos sus integrantes, aunque sea en medio de los momentos más difíciles de la vida. Los niños que crecen en un ambiente familiar con esas características se mantienen identificados con el servicio a lo largo de la vida. Y hay más: las familias misioneras, las que adoptan al servicio como un estilo de vida, son más felices porque alcanzan la satisfacción de hacer felices a otros. Vale la pena declarar hoy, como lo hizo Josué en el pasado: “Mi familia y yo serviremos al Señor” (Jos. 24:15).