No hace mucho, conversábamos con una pareja con más de 25 años de casados, y la esposa compartía con gran felicidad las maravillosas vacaciones que acababan de disfrutar en Aruba. Era evidente que estaba encantada de compartir con nosotros que para ellos su matrimonio era una prioridad, así que, ahorraron para estar a solas en un lugar hermoso. En cuanto ella mencionó el lugar donde habían estado de vacaciones, el esposo intervino, casi irritado: “No, querida”, dijo, “fuimos a Barbados, ¿recuerdas?” El porte alegre y animado de la adorable señora pasó de repente de la alegría a la tristeza.
En otra ocasión, conversábamos con una familia con tres hijos adolescentes, y el hijo menor compartía con cierto orgullo que hacía tres años había aprendido a hacer esquí acuático en el campamento de verano. Era innegable lo mucho que este joven disfrutaba de esa actividad, y que se sentía muy confiado con las habilidades que había aprendido, cuando su madre interrumpió la conversación y dijo: “Fue hace dos años, Mateo, no tres”. La reacción del joven fue instantánea. La cara de felicidad cedió ante el ceño fruncido, y el lenguaje corporal de satisfacción se desplomó bajo sus hombros caídos.
Compartimos estas historias para destacar que nunca vimos que las parejas hayan fortalecido su relación o que haya mejorado la relación entre padres e hijos cuando un miembro de la familia corrige el comportamiento de otro sin que se lo pidan.
Lo cierto es que por más que el marido tratara de ser amable en la primera historia, y por más que la madre intentara ser útil en el segundo caso, estos son ejemplos muy ofensivos de la tendencia que muchos tenemos de corregirnos mutuamente en público, especialmente a los más cercanos. Estos casos también revelan cuán descortés y potencialmente destructiva puede ser esta costumbre para la calidad de una relación.
En ambas ilustraciones, la corrección era totalmente innecesaria, ya que no le agregaba ningún valor real a la información compartida. Obviamente, la esposa no tenía ninguna intención de engañar a nadie con respecto al lugar donde habían ido de vacaciones, ya que tanto Aruba como Barbados son bellas islas del Caribe, con maravillosas playas para disfrutar. El adolescente tampoco tuvo intenciones de engañar a nadie con respecto a cuánto hacía que había aprendido a esquiar en el agua; desde luego que no importaba si hacía dos o tres años.
Por consiguiente, ten cuidado con los hábitos que has adquirido y que practicas en tus relaciones familiares a diario. Si bien es cierto que los miembros de tu familia no son perfectos y, como tú, son propensos a cometer errores inadvertidos o a olvidar los detalles exactos de una historia, la manera de referirte a lo que ellos dicen afianzará o dañará tu relación. En tanto que sus anécdotas imperfectas no le harán daño a nadie, tus constantes correcciones darán a entender que hablar en tu presencia puede representar un riesgo para ellos.
Hace algunos meses, asesoramos a una mujer con quince años de casada y dos hijos en edad escolar. Estaba realmente afectada porque su esposo siempre estaba ocupado trabajando y nunca tenía tiempo para ella o los niños. “Creo que mi esposo ya no me ama”, dijo. “He estado esperando durante mucho tiempo a que se desocupe, pero no cambió nada en los últimos diez años. Estoy cansada de esperar y querer salir de este matrimonio miserable”, compartió.
En otra ocasión, hablamos con una mujer que nos dijo: “Mi esposo es drogadicto. ¿Espera Dios que siga casada con él? A veces temo por mi vida y la de nuestros hijos cuando se vuelve violento o se lleva nuestro dinero para pagar las drogas”.
»Esperamos que a medida que tomes decisiones sobre tus relaciones en los próximos días, lo hagas con la confianza de que no estás solo en tu búsqueda de mayor paz y felicidad.»
Sentimos el profundo dolor de una joven con la que estábamos hablando hace unas semanas, cuando compartió esto con nosotros: “Llevamos tres años de casados y mi esposo ya se olvidó de ser romántico. ¿Qué puedo decirle o hacer para animarlo a que continúe siendo romántico?”
Si bien las mujeres nos consultan con más frecuencia que los hombres para hablar sobre sus relaciones, nos dolió presenciar el gran pesar de un hombre con el que estábamos hablando hace unos meses, quien nos dijo: “Sencillamente, no se puede vivir con mi esposa. Cada vez que conversamos sobre algo importante, terminamos peleándonos, porque ella siempre se tiene que salir con la suya. No importa cuál sea la situación, la modalidad siempre es la misma. Siempre me siento invalidado cuando hablo de cualquier cosa con mi esposa, porque ella siempre quiere tener razón y parece que yo siempre estoy equivocado. Con una mujer como mi esposa, no creo que sea posible cumplir los propósitos de Dios en nuestro matrimonio. Estoy cansado y frustrado, y ya no sé qué hacer”.
Como dijimos al comienzo de este libro, las relaciones matrimoniales y familiares son las experiencias más desafiantes que los seres humanos puedan tener. Y es verdad que no hay familias perfectas, porque no hay personas perfectas.
Esperamos que a medida que tomes decisiones sobre tus relaciones en los próximos días, independientemente de tu estado civil (casado, divorciado, viudo o soltero) y de tu edad (joven, adulto o anciano), lo hagas con la confianza de que no estás solo en tu búsqueda de mayor paz y felicidad.
Aunque es difícil establecer y mantener relaciones familiares sanas, más que nunca creemos que hay esperanza para las familias actuales. Y eso es alentador.
Con todo, la esperanza no está solo en los consejos que hemos compartido en estas páginas sobre las opciones que tienes para responder de una mejor manera: ser proactivo, detenerte, pensar y elegir la respuesta correcta en las interacciones con tus seres queridos. La esperanza no está solo en el hecho de que puedes buscar auxilio en consejeros profesionales, que puedan ayudarte a adquirir mayor perspectiva y a procesar formas de aprender mejores habilidades para fomentar rela- ciones más fuertes. La esperanza no está solo en el hecho de que te acuerdes de hacer “depósitos en las cuentas bancarias” emocionales de los miembros de tu familia cada día. La verdadera esperanza está en las promesas de Dios de ayudarte en situaciones que parecen imposibles, cuando Jesús dice, en San Marcos 10:27: “Esto es imposible para los hombres, perono para Dios. Porque para Dios todo es posible” (RVC). Tener a Dios de tu lado es muy relevante. Búscalo en tu experiencia de vida, mira hacia él cuando enfrentas decisiones. Es más, él quiere formar parte de tu vida: quiere hablarte cuando lees su Palabra; cuando hablas con él en oración. La mejor decisión que puedes tomar para tu familia es hacer de Dios el tercer pilar de tu matrimonio; el Consejero y la Guía para tus hijos y para ti, una verdadera Fuente de esperanza cuando parece no haber ninguna esperanza en todo lo que te rodea.
Esta es su invitación para tus seres queridos y para ti: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Apo- calipsis 3:20). ¿Le darás una oportunidad?
Esto es lo que esperamos para todas las relaciones familiares, incluso para la tuya. Más que esperar, ¡oramos para que experimentes esa realidad en tu vida!
Este es un artículo del libro: Esperanza para la Familia «El camino para un final feliz» al cual puedes acceder por completo a través del link.