La adolescencia es una fase de desarrollo extraordinaria. Con una manera característica de ser, expresarse y convivir, el adolescente debe ser visto como es: creativo, con enormes ganas de vivir, aprender y contribuir. Para eso, la calidad de la relación es determinada para su bienestar. Una familia disfuncional, marcada por conflictos entre los padres, ausencia de vínculos afectivos e interacción de baja calidad, puede llevarlo a comportamientos desviados, a rebeldías, síntomas depresivos e incluso a comportamientos delictivos.

EL CONCEPTO DE ADOLESCENCIA surgió a comienzos del siglo XX. Se manifiesta de formas diferentes y apenas existe en algunos lugares. Sin embargo, lo que es común en todas las culturas, es el período de la pubertad que involucra una transformación biológica inevitable, mientras que la adolescencia involucra los componentes psicológicos y sociales generados a partir de cambios físicos (Mead, 1951; Zaguri, 2002).

LA IMPORTANCIA DE LA FAMILIA
Hasta mediados de 1960 había solo un modelo de familia en el que el hombre era el proveedor. La mujer actuaba en el ambiente privado y se ocupaba del trabajo doméstico, de los hijos y del marido. El control de los hijos era absoluto y los padres cobraban con exigencia el cumplimiento de las normas y reglas establecidas (Pratta y Santos, 2007).
Hoy en día hay otros modelos de familia. La mayoría vive en las grandes ciudades junto al mayor avance industrial y tecnológico de la historia, en hogares con ambos padres ausentes. Sin embargo, la familia sigue siendo la célula inicial y principal de la sociedad. Su ruptura trae graves consecuencias en la formación biopsicosocial (Trentin, 2011). Entre ellas están la práctica sexual precoz que puede llevar a contagiarse un virus como el HIV, el consumo de drogas y bebidas ilícitas y a comportamientos desafiantes. Esos motivos generan ansiedad y preocupación en los padres que, a veces, dejan de priorizar otras instancias como el vínculo afectivo, el tiempo de calidad y la comunicación con el adolescente.

RAZONES DEL CONFLICTO FAMILIAR
El alejamiento del adolescente del vínculo familiar puede estar relacionado al deseo de construir esa identidad, sumado a la necesidad desesperada de participar de un grupo social (Campos, 2012). Es importante saber que el adolescente deja de ser a través de los padres para llegar a ser él mismo y no una copia (Aberastury y Knobel, 1992). Sin embargo, el período de la adolescencia no debe ser comparado con una catástrofe inminente. Se trata de un modo de vida entre la infancia y la vida adulta, en la que el adolescente pasa a tener una noción de sí mismo, de su sexualidad, profesión e ideología, relacionada incluso con una decisión de una vida espiritual (Erickson 1987/1998). El potencial de crecimiento, estructuración, reorganización y afirmación son intensos en esta fase. Se toman decisiones relacionadas con la escuela, los amigos, los padres, el noviazgo y el sexo, la dependencia química y la autovaloración (Covey, 2007). Dicho sea de paso, todos deberían saber que un conflicto bien negociado lleva a padres y adolescentes a un crecimiento significativo. Por eso es necesario que prestemos atención a la manera de tratar este conflicto.

SUGERENCIAS PARA LA INTEGRACIÓN
Amor: demuestre amor y cariño por medio de actos, palabras y situaciones. No piense que la suerte determinará su felicidad (1 Cor. 13; 1 Juan 4:7-8).
Oración: ore incansablemente y aprópiese de las promesas bíblicas (Sal. 46:1-2, 7; Prov. 3: 5, 6).
Tiempo: la confianza y la amistad se construyen a partir de una convivencia de calidad (Ecles. 3).
Orientación: Prepare a su hijo para enfrentar el futuro. Oriéntelo con paciencia (Deut. 6:6-9).
Diálogo: sea asertivo. Diga lo que tenga que decir y permita que el adolescente reflexione. Escúchelo de la misma manera (Mateo 5:37).
Relajación: busque conversar cuando esté más dispuesto. Intente que sean momentos en los que estén mano a mano y no frente a frente (Col. 4:6, Sal. 40:1).
Flexibilidad: intente ser razonable en sus opiniones. Recuerde que las reglas en exceso llevan a la búsqueda de brechas (Job 28:28).
Celebración: celebrar es una manera de valorizar su perseverancia y dedicación (Fil. 4:13).
Perdón: no reproche sobre lo que pasó e incentiva al adolescente también en esa búsqueda del perdón. Eso los hará más felices (1 Pedro 4:8; Job 11:16-19).
Profesionalismo: cuando se agoten sus recursos, acepte que necesita ayuda profesional.
Suárez (2012) hace una invitación no solo a la familia, sino a todos los padres, líderes y educadores de adolescentes en las siguientes palabras: “(…) la próxima vez que salude a un adolescente, (…) recuerde que esas manos sin experiencia y trémulas contienen el futuro. Un día podrán sostener una Biblia en el púlpito de una iglesia o un revolver (…) tratarán con ternura las heridas de un enfermo o temblarán como resultado de la degeneración por el uso del alcohol y las drogas”.
Por lo tanto, es necesario invertir en la calidad de las relaciones con los adolescentes. Ore y actúe con intencionalidad para ayudarlo a sentirse más comprendido, mejor visto, escuchado y, por encima de todo, amado. Probablemente, en ningún otro momento de la historia la familia necesitó tanto de la misericordia de Dios como ahora.

Janete Tonete Suárez es profesora y psicóloga. Magíster y doctoranda en Psicología por la PUC de Campinas.