gracaEl teólogo, escritor y Profesor John H. Westerhoff de la Facultad de Teología de la Universidad de Duke, Durhanen, Carolina del Norte, USA, en su libro «¿Tendrán fe nuestros hijos?» relata una experiencia espectacular y única que le tocó vivir en un retiro espiritual en el que participaban jóvenes y adultos de una iglesia a la que había sido invitado para liderar como disertante y guía.

Al promediar la tarde uno de los hermanos asistentes notó que había desaparecido su billetera, conteniendo sus documentos y unos 200 dólares aproximadamente, del bolsillo de su saco, que había quedado colgado en un perchero con el de muchos otros que allí habían depositado sus abrigos para más comodidad.

Naturalmente las sospechas, la hostilidad y el enojo llenaron la atmósfera. Hubo acusaciones, malestar y desprecio. La reunión, tan inspiradora hasta ese momento, perdió su encanto y se interrumpió bruscamente. Luego de un buen rato de dimes y diretes y la más negra perspectiva de un malogrado final de lo que por la mañana había prometido ser un inspirador retiro espiritual, «reuní el grupo e hice, relata Westerhoff, la única cosa que sabía hacer. Leí el incidente en el Templo que se relata en el Evangelio de San Juan capítulo 8, versículos 2 al 11».

Es la historia de la mujer encontrada en adulterio. Los líderes religiosos, dice este pasaje bíblico, deseaban que Jesús la condenara, pero él solo dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que arroje la primera piedra». Como nadie lo hizo, le dijo a la mujer: «¿Nadie te ha condenado?», y ella le respondió: «No Señor, ninguno». Jesús entonces le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

«Luego de esto», prosigue Westerhoff, «oré para que la gracia de Dios estuviera entre nosotros». Al finalizar la oración, el joven que había robado la billetera se adelantó para hacer su confesión y devolverla. Se produjo una pausa y un silencio expectante. Iban a expulsarlo y mandarlo de regreso a su casa cuando alguien gritó: «¿Querés quedarte?»- El joven murmuró «Sí», lo decía con vergüenza y tímidamente.

«Quédate, Quédate», gritaron todos. Con lágrimas que corrían de sus ojos una persona tras otra se adelantó para abrazar al jovencito.

Westerhoff pidió que entonaran el himno «Maravillosa Gracia», luego de lo cual prosiguió aquel retiro espiritual que concluyó con una experiencia única y conmovedora para todos los presentes. Ese himno cuya letra y música es de Haldor Lillenas y traducido al castellano por R. F. Maes dice así:

«Maravillosa gracia, única salvación
Hallo perdón en ella, completa redención.
El yugo del pecado de mi alma ya rompió.
Pues de Cristo divina gracia me alcanzó».

«Maravillosa gracia, cuán grande es su poder,
El corazón más negro, blanco lo puede hacer.
Gloria del cielo ofrece, sus puertas ya me abrió.
Pues de Cristo divina gracia me alcanzó».